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Lenguaje Algebraico: Las ecuaciones

[...] Ella tendría unos siete u ocho años. El padre (Teón)  , había comenzado a enseñarle matemáticas y le había dado un volumen de la Aritmética de Diofanto. Le había explicado que, en matemáticas, cuanto más se profundizaba, con mayor facilidad y elegancia se resolvían los problemas. << No tienes por qué aprender a resolverlos como si fueses un mercachifle - le había dicho -, pues puedes hacerlo cómodamente con las ecuaciones diofánticas.>> La niña se había encerrado en su cuarto y había meditado largamente sobre sobre las palabras y las explicaciones del padre. Y de repente vio con toda claridad lo que el padre quería decirle. Se fue corriendo a su despacho y no lo encontró. Luego cogió una balanza del cuarto del padre y salió corriendo a buscarlo por toda la casa. Le dijeron que Teón estaba fuera. Al salir de la casa lo vio dando instrucciones a unos hombres que estaban descargando una enorme pizarra de una carreta. Siempre asociaría al padre con aquellos grandes tableros repletos de cálculos hechos con tiza. Interrumpió al padre, puso la balanza en el suelo, colocó pesas en ambos platillos, procurando que tuviesen igual peso y dijo, presa de excitación:
-  Te he entendido, padre, tienes razón, es muy sencillo. No tengo más que hacer todas las operaciones que se me antojen en los dos platillos. Puedo sumar, restar, multiplicar y dividir; de lo único que tengo que preocuparme es de que ambos pesen lo mismo. He de jugar hasta que en uno de los platillos se quede la pesa correspondiente al valor que desconocemos. Y el otro me dará la cantidad.







 El padre la había alzado en brazos, se la había comido a besos y luego aquel hombre de serenos ademanes e incapaz de alzar la voz se había puesto a gritar como un loco, llamando a los vecinos:
 - ¡Salid, asomaos! Acudid, que aquí tenéis a quien se convertirá en la mayor matemática de Alejandría!
 Y a partir de aquel momento no recordaba ni un solo día de su infancia en que el padre no hubiese pasado con ella algunas horas enseñándole matemáticas, física y astronomía. Si había llegado a donde había llegado, todo se lo debía a él [...]
Hypatia. La mujer que amó la ciencia - Pedro Gálvez. -